
Por Fernando Moretti |
El resultado de las PASO en la provincia de Buenos Aires expone una realidad que no puede ser ignorada por el gobierno nacional. El contexto pandémico no sirvió de atenuante a la hora de la consideración del voto y las condiciones objetivas de la mayoría del Pueblo no han cambiado significativamente luego del triunfo del Frente de Todos en 2019.
Los números que comenzaron a conocerse el domingo después de las 21hs son una señal de alarma para un Gobierno que está sitiado por los poderes fácticos y que cada vez ve más acotado su margen de acción.
Porque los cuatro años de macrismo fueron un proyecto económico, político y cultural exitoso para quienes lo diseñaron y lo ejecutaron. Desde lo político se corrió el eje del debate público hacia la derecha del cuadrante ideológico, y se amedrentó de tal forma a los exfuncionarios del gobierno de CFK hasta 2015 (prisiones preventivas ilegítimas, etigmatización mediática que devino en odio y violencia real, y mucho más), que no cuesta tanto entender la falta de coraje de quienes hoy deberían, desde sus cargos, afectar los intereses de los poderosos en beneficio de las mayorías. También se demonizó e incluso deshumanizó a quienes participan políticamente, tanto a militantes como a cualquiera que se sintiera identificado con el kirchnerismo.
Desde lo económico el macrismo concedió un poder inédito a los grupos concentrados, y sobre todo a Clarín, que hace tiempo es mucho más que un grupo mediático. Además el PRO favoreció a la especulación financiera, hundiendo la industria, destrozando el trabajo y duplicando el desempleo y la inflación. Cambiemos llevó al país a una situación ruinosa para terminar pidiéndole al FMI una suma desproporcionada e ilegal, que Macri y sus amigos fugaron, y que deberá pagar el pueblo argentino (aunque muchos parecen no enterarse), soportando las próximas generaciones un peso abrumador de ajuste y opresión económica.
Desde lo cultural, los publicistas del macrismo volvieron a instaurar con fuerza el individualismo, la meritocracia, el desprecio de la educación y la salud pública, el vaciamiento del Estado, y el odio al que piensa diferente, llegando incluso el negacionismo.
Es sabido que el poder ya no reside en el Gobierno, en el manejo del Estado. Pero el Frente de Todos ganó en 2019 con el mandato de enfrentar a los poderosos, y no para intentar seducirlos, ni mucho menos para complacerlos. El Gobierno no puede ser sólo un lugar mejor de resistencia: tiene la obligación de ser una herramienta de transformación y mejoramiento de las condiciones reales de existencia para todos los argentinos y argentinas.
Sin embargo, la realidad es que la coalición gobernante no cumplió con su contrato electoral y con eso contribuyó al distanciamiento entre la política y la sociedad. Aún está a tiempo de enmendar ese error.
Con el resultado de las PASO, el Frente de Todos -pero especialmente el presidente Alberto Fernández- quedó en una encrucijada que puede tener una salida virtuosa o un devenir funesto.
Si es verdad que hay dos modelos de país -como expresó Fernández-, no puede el segundo conservar intactos los principales pilares del primero. El Gobierno del Frente de Todos no modificó un ápice el mapa de los medios de comunicación, como sí lo hizo Macri, quien eliminó por decreto los artículos de la Ley de Medios que no le gustaban a Clarín. Además, el actual Gobierno no modificó en nada la vergonzosa situación del sistema Judicial, o “los sótanos de la democracia”, habiendo todavía procuradores interinos desde 2018, fiscales rebeldes, jueces con conductas sumamente irregulares, supremos elegidos a gusto del poder, etc.
Es cierto que en el análisis no se deben dejar afuera los logros del Frente: la modificación del régimen de ganancias que benefició a muchísimos trabajadores, los medicamentos gratis para los jubilados, las medidas de asistencia económica durante la pandemia como el ATP y el IFE, el congelamiento de tarifas de servicios esenciales, y sobre todo la reconstrucción del sistema de salud y la gran campaña de vacunación, junto con otras medidas que es justo reivindicar. Pero las urnas demostraron que no es suficiente.
La encrucijada muestra dos caminos:
Uno, el que se viene transitando, que le cambia el nombre al programa “Conectar Igualdad” para que no recuerde al Kirchnerismo (demostrando lo dicho sobre la oscura victoria cultural del macrismo); el que continúa dando marchas atrás en vez de avanzar con firmeza, y espera milagrosas “propuestas superadoras” que nunca llegan, como en el caso Vicentín; el que trata de tomar medidas en puntas de pie para no molestar a los poderosos; el que deja decisiones clave en manos de funcionarios que están más preocupados por lo que pueda pasarles cuando dejen el gobierno que por cambiar la realidad en favor del pueblo y sus necesidades más urgentes.
El otro camino es de la recuperación de la audacia: el de volver a poner la política en el centro del debate: controlar los precios, el comercio exterior, bajar la inflación, aumentar el salario mínimo, en fin, desplegar una batería de medidas contundentes, que traigan justicia social en lo inmediato, y que se animen a enfrentar las condiciones impuestas por los poderosos.
Porque si no se modifican esas condiciones, ganar elecciones sólo servirá para administrar el statu quo sin esperanzas de transformar y mejorar la vida de las personas. El Frente de Todos debe dejarse de titubeos y empezar a trabajar decididamente para las grandes mayorías, que son las que lo llevaron a ser Gobierno.

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