
Por Hugo Elías |
Estamos en tiempos violentos, no por el delito común, sino por la violencia institucional y policial. El hartazgo popular puede derivar en repuestas superadoras mientras los defensores de la violencia uniformada llaman a la lucha descarnada contra cualquiera que no sea dueño, rico o de clase alta.
Desde las invasiones a balazos en el sur contra los mapuches. La deforestación en el Chaco sembrando páramos donde había chacritas de los pobres.
Todo legal o mejor dicho todo apañado por gobiernos y sus jueces ciegos para los abandonados de toda justicia. Siempre con personal policial armado contra los legítimos dueños originarios de aquellas tierras y custodiando las quemas de tierras olvidando sus orígenes sin darse cuenta que son sicarios a sueldo de los que mas tarde o mas temprano los culparán cínicamente por cumplir las órdenes por ellos impartidas.
Es un sistema diabólico, donde el que manda a reprimir al robado condena a los que le obedecen si las cosas salen mal.
Lo defenderán con todas las artimañas, pero si no zafan, el poder, político, económico, judicial, les soltará la mano y los acusará de delincuentes y criminales.
En las ciudades es lo mismo. El reciente asesinato de Lucas González muestra la complicidad del poder político con la policía corrupta que termina en la violencia institucional mas aberrante. La creación de brigadas parapoliciales en CABA trae recuerdos nefastos de nuestra historia mas negra, las patotas de la dictadura militar que secuestraban y fusilaban impunemente. Los policías que mataron a Lucas actuaron con la misma lógica impune, con una traba central: existe una construcción de restricciones que en democracia se deben respetar.
Nada diferente vemos en el accionar de la policía de la Provincia de Buenos Aires cuando reprimen una fiesta baleando con saña a unos pibes que hacían una fiesta en una casa.
O aparece muerto en una comisaría de San Clemente del Tuyú un preso por un brote psicótico que tuvo en su hotel. Y en la misma semana unos asesinos balean hasta matarlo a Elías Garay dejando gravemente herido a al joven Gonzalo Cabrera, son mapuches cerca del Bolsón donde son despojados de sus tierras desde hace años con leguleyos y bandidos asesinos.
Pero los uniformes nunca faltaron, sólo recordar a Santiago Maldonado y a Rafael Nahuel. Los que mataron a Garay pasaron el cerco de la policía de Rio Negro que “prohibían” el paso de los… mapuches.
En Mar del Plata la policía le pegó salvajemente una patada en el estómago a un vecino con dificultades para hablar, cayó contra el cordón y esta con hemorragia cerebral por el golpe en la cabeza, su vida corre peligro.
El próximo informe anual de CORREPI, Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional, seguramente traerá la espeluznante estadística que este último tiempo ha desnudado el sistema de represión sin dudas heredado de las impunes masacres durante la dictadura militar. Pero lo mas grave es la validación política de algunos sectores que con el latiguillo de la inseguridad esconden las peores prácticas mafiosas entre delincuentes y funcionarios de todos los estamentos institucionales.
En el marco de una situación crítica socioeconómica con una pandemia que no termina, estas prácticas pueden desembocar en explosiones y protestas buscadas precisamente por los generadores del desgobierno para retroceder años en conquistas para el bienestar popular. Por eso las consientes y justifican, mientras los pobres sigan siendo pobres, y los delincuentes usen uniforme o no, los medios manejen la agenda de la inseguridad, haya políticos con jueces que hagan la vista gorda nunca la pobreza será inocente. El pobre roba, se droga, trafica y resulta que le paga al policía o al juez para liberarse, aunque sea inocente y el culpable come rico en el restaurant frente al banco en la city.
Es un círculo perfecto culpo al pobre, dejo que el policía le robe, lo libera, mientras el dinero fuerte del robo y el tráfico de drogas pasa sin que ningún patrullero lo vea.
Pero nada es perfecto, Lucas, sus amigos, Elías en el sur, el sr muerto en la Comisaría de San Clemente, el herido cerebralmente en la cabeza en Mar del Plata, y tantos otros son crímenes de inocentes y es muy difícil justificarlos, explicarlos, “cubrirlos”. Por lo tanto, serán condenados por sus mandantes.
Son fruto de la palabra fácil como “pena de muerte” “cárcel o bala” “indios mugrientos fuera de la patria” y tantas que forman el rústico bagaje cultural de los violentos, de los hijos de los que fueron derrotados por la democracia y hoy pretenden volver usándola.
Hace un año se nos fue el Diego, hace unos días Lucas, ambos con el fútbol querían sacar de la miseria a su familia, Diego lo logró y la pelota “que no se mancha” a Lucas la reventaron de un balazo.
¿Hasta cuando?

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